Cerraba el siglo XX. En el punto más lejano de la Dominicana, ahí donde el Atlántico y el Caribe se funden en un amoroso abrazo, el Paraíso esperaba para seducir a Don Pedro Ramón Oliver.
En ese entonces, la travesía era ardua, azarosa. Largos y peligrosos caminos, entre el cañaveral y el batey, en los que se aventuró, con su familia, para ir a celebrar el amor: la boda de su sobrina con un joven norteamericano. Y al llegar a su destino, para Don Pedro fue amor a primera vista.
Así nació Ron Puntacana Club, como una celebración del amor, de la familia, y de esa brillante y límpida atmósfera que los acogió en tan sublime momento. Ron Puntacana Club es el arrebato sublime del creador, del artista. Es el resultado de un impulso nutrido por el legado de la Casa Oliver. Es el producto de la suma de los talentos artesanales que respaldan a todo lo que surge de esta boutique de rones para connoiseurs.
Punta Cana estaba en su metamorfosis de paisaje lejano a joya urbana del Caribe. Y en la confluencia de la celebración del amor joven con las sensuales impresiones del color del mar, el resplandor de la arena.
Las vegetales explosiones de las palmeras y la promesa de convertirse en un enclave de lujo y sofisticación, ahí Don Pedro supo que habría de rendirle homenaje de la mejor manera que él sabía hacerlo: crear una selección de rones que tradujeran en delicados sabores las emociones surgidas de tan paradisiaco lugar.
Don Pedro Ramón ha sabido entender a Punta Cana como nadie antes lo había hecho. Él se dio cuenta que es mucho más que un sitio, es una actitud, una forma de ser, es la identidad de un espíritu libre que se sabe único e irrepetible. Él anticipó a Punta Cana como mucho más que un centro turístico, como un centro de intercambio cultural: una urbe sofisticada, elegante, cosmopolita; sin perder su sabor de aventura y libertad. Todo eso que la ha convertido en el estandarte de una República Dominicana que se brinda al mundo como un crisol de experiencias maravillosas, intensas, individuales.